Esta web, cuyo responsable es Bubok Publishing, s.l., utiliza cookies (pequeños archivos de información que se guardan en su navegador), tanto propias como de terceros, para el funcionamiento de la web (necesarias), analíticas (análisis anónimo de su navegación en el sitio web) y de redes sociales (para que pueda interactuar con ellas). Puede consultar nuestra política de cookies. Puede aceptar las cookies, rechazarlas, configurarlas o ver más información pulsando en el botón correspondiente.
AceptarRechazarConfiguración y más información

Jorge Arismendi

En tres ocasiones surgí de un vientre. En más de tres he muerto, a veces sin razón alguna. He muerto porque comprendí que vivir no era respirar una mezcla de oxígeno con smog y nicotina. He muerto porque tratando de dar Vida a quien moría, morí con la ilusión de lograr mi cometido. He muerto, allí, vil y sutilmente, siendo abrazado por una muerte que no fue más que lo mejor que me pudo pasar.

Fue lo mejor, porque durante tres Vidas consecutivas, proseguí cumpliendo tónicas y rutinas que no sé quién me las encomendó, ni comprendo aún el por qué de barbaries semejantes. Tuve que lidiar durante sesenta años con la crianza de jóvenes míos que, al final se fueron para nunca más volver siquiera a preguntar si este aglomerado de músculos y huesos aún existía. Le vendí todo el tiempo de mis años a una empresa que me liquidó y me dio en herencia una chequera envidiable, pero que no me sirvió para comprar un poquito de tiempo del que había perdido o vendido a esos monopolios de Vida ajena. Por sesenta años agradecí en las noches oscuras a mi Dios porque la delincuencia ni la brujería me habían alcanzado, e, imaginándome el mañana sin el asesinato de mi cuerpo. En conclusión gramática, morí tantas veces, cuando bastaba morir una por Vida.

Pero, hace un tanto tiempo, a alguien se le ocurrió la soberana idea de insertar en el vientre de un ser único, una semilla dispuesta a germinar, y a traer una carrocería al azar a la que Dios le inmiscuiría un alma. Mientras unos ingenieros corporales diseñaban artesanalmente mi externo estatus quo, mi alma viajó por Grecia, el Tíbet, y por los bunkers construidos debajo de Nueva York. Mi alma, ya envejecida y saturada de momentos, con tres vidas a cuestas y con viajes universales, fue metida, con la dulzura de un unicornio en vuelo, en el cuerpo que hoy la resguarda. Así aparecí, me regalaron una partida de nacimiento, un pedazo de plástico con un número para monitorear y tratar de empaquetar mi Vida. Recibí tantas cosas, que hoy decidí no tener nada, y volverme a morir, para mañana o pasado, definitivamente, nacer...

Jorge Arismendi Jr.