¿Cómo podemos asegurar qué es común y qué es extraño en un ser humano?, ¿basta con basarnos en los porcentajes de la población para llamar a alguien “normal” y no en tratar de entender el porqué de las acciones de los que llamamos “anormales”?
En esta historia, el personaje principal, Aserrín el Arlequín, es un hombre, simplemente humano, que ríe, llora, ama y odia igual que cualquiera de nosotros; las inclemencias de una vida en la calle lo llevan de ser un hombre ejemplar a un desquiciado. Este gracioso payaso de crucero recorre las avenidas de una ciudad industrial –que podría ser cualquiera de las grandes urbes signadas por la idea del progreso y el trabajo constante– imaginando que camina sobre un escenario artístico. En su trayecto llega a conocer los pintorescos contrastes sociales. Se sirve de entretener a un “público” en un concurrido crucero y, en el tiempo que le queda libre, cuida a una niña en su humilde “hogar”. Un día, en un intento por calmar el hambre de otro que sufre como él, comete un crimen y es sorprendido por abusivos policías que lo encierran en una celda. Cuando regresa a su morada, una desagradable sorpresa lo obliga a recapacitar sobre su lugar en el mundo y su propia existencia.