Nosotros obtuvimos el diagnóstico de Nacho, cuando solo tenía dos años, exactamente seis años atrás. No voy a mentir, no voy a decir que lo tomamos con alegría, no porque fuese malo que fuese un niño autista, sino porque económicamente no podíamos llevarlo a terapias que en nuestra ciudad se conseguían, solo de forma privada.
Leía que los papás decían que Dios solo escogía papás especiales para criar a estos hermosos guerreros, pero me sentía impotente y le preguntaba, ¿por qué enviarme un ángel así si no iba a tener los medios económicos para darle no una vida de lujos sino una vida dónde sus necesidades estuviesen cubiertas?
Entonces supe que quedarme quieta no iba a llevarnos a ningún sitio. Comencé a buscar terapias en internet—no había muchas opciones—pero encontrábamos de repente una cosilla para niños con Parálisis Cerebral, con Síndrome de Down, con Asperger, y comenzamos a integrarlas en la vida de Nacho.
Empezamos a ver avances, a descubrir que existían formas de ayudarlo y por eso, después de seis años de documentarme, nació esta guía