Desde su insignificancia, un pequeño aporte a la delirante vorágine de historias que es el mundo, los personajes de estas veintiuna historias avanzan y se varan constantemente, tanto a través de una realidad impredecible, traicionera, como de sus propias tribulaciones. El destino, cuando lo hay, suele estar persiguiéndolos a ellos y no al revés. Ni siquiera la sumisión a la muerte o la inconsciencia les permite dejar de palpitar, de discurrir; la eternidad es una pandemia que cada cual procura amortizar según le dicta su instinto. El hecho de existir, de ser un pulso sometido a un tránsito inalterable, implica aprender a tolerar lo inverosímil, a bregar con lo drástico, a contrarrestar las más insalubres vicisitudes de un día cualquiera. Y siempre bajo una intolerable inclinación al caos.