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juancarloslm

Lector, me han pedido que te hable brevemente sobre mí y lo que hago. Haré un hueco en mi apretada agenda.

Hace unos minutos, un hombre ha venido hacia mí en su coche, pensando que yo era otra persona. Veo en su rostro preocupación por algo, así como una gran necesidad de evadirse de su rutina diaria durante un rato. Con el paso de los años he aprendido a interpretar los rostros, las manos, cada mínimo gesto, de mis clientes. Abre la puerta y yo entro y me siento a su lado. Él cree que voy a satisfacerle y cierra los ojos; entonces le acaricio y él, notando mis manos heladas, se sobresalta, dándose cuenta de que yo no soy quien buscaba. Y es que cada cliente ve lo que quiere ver, aunque el fin siempre es el mismo.

Sobre mí te puedo decir que soy sobre todo solitaria. Por eso busco compañía, que suele ser efímera, por lo que la persigo a menudo. A eso me dedico, a buscar acompañantes en mi camino, y los encuentro en cada momento, continuamente, para comprobar que en cada momento, y continuamente, sigo sola.

Muchos años llevo practicando mi oficio, si es que puedo llamarlo así. Es lo único que me mantiene viva, lo único que sé hacer. Para ser sincera, ya me es indiferente, es una rutina, como la que existe en cualquier trabajo al que se acude por inercia, y una vez allí, se realiza la misma tarea un día y otro. Una y otra vez. Exactamente lo que hago yo. Muchas veces al día. A veces, demasiadas. Y todos los días sin excepción. Pero quién soy yo para quejarme de rutina: al menos tengo trabajo.

Tampoco me aburre. Ni me cansa. Si me ofrecieran otra cosa, no la aceptaría. Porque no sé hacer otra cosa que la que hago. Son demasiados años. Ya no aprendería otro oficio. Nunca he pensado en dejarlo. Además, me siento necesaria en el mundo. No quiero imaginar cómo sería sin mí. Quizá mi oficio sea el más antiguo, por eso el mundo no podría pasar sin él.

Notarás, lector, que uso a veces frases muy cortas. Quizá escribo de la misma manera que suelo trabajar: rápida y eficazmente. Aunque a veces es mucho más lento... Quizá creas que es porque me gusta recrearme con algunos de mis clientes. Pues sí, es por eso, pero no lo hago por placer. Es por simple y morbosa curiosidad. A mí no me importa lo que el cliente sienta. No respeto nada, ni a nadie. No me importa el amor, ni si por mi culpa se muere. No me importa el desamor que gracias a mí se olvida, al menos durante unos momentos. Yo sólo experimento. Y cobro un alto precio. Porque mi eficacia es absoluta.

Es curioso, estoy pensando que te sorprendería saber que tengo todo tipo de clientes. No me refiero a su posición en la vida. O sí, también. Porque lo mismo son obreros que empresarios, por ejemplo. O pobres que ricos. Lo que quería decir es que son de ambos sexos, de todas las razas, incluso de todas las edades. Sí, así es. A veces es una persona sola, en otras ocasiones son grupos. A veces son ellos los que me buscan. Y me encuentran, pero sólo si yo quiero. Otras veces, como he dicho antes, yo soy la que se aproxima, y les suelo convencer para que acepten mis servicios. Tan persuasiva soy. Siempre aceptan. Hasta ahora nadie se me ha negado, soy capaz de convencer a cualquiera. Soy la mejor en mi oficio. Y es posible que no me creas si te digo que tú, lector, seas quien seas, también serías mi cliente si yo quisiera. Te lo aseguro. No podrías resistirte a mí.

Te podría contar infinitos ejemplos sobre mis formas de actuar. Y es que para cada cliente procedo de una manera diferente. Como el cliente del que hablaba al principio, al que le he hecho evadirse de su realidad. De su vida. Para siempre.

Te dejo, lector. Mientras escribo se me acumula el trabajo. Te seguiré escribiendo, para que me conozcas mejor, mostrándote algunos relatos que hablan de alguna manera sobre mí. Pero llegará el día en que te envíe uno sólo para ti. Y tendrás que leerlo sin remedio. Tu último relato.

Creo que olvidé presentarme: yo soy la Muerte, para servirte.