enecia 1629
Estoy profundamente enamorada de Jordi. Venecia es nuestra ciudad, el lugar donde nos conocimos y donde hemos vivido juntos durante varios años. Todo comenzó en una tarde de primavera, cuando caminaba por los hermosos canales de la ciudad y me topé con un joven apuesto y caballeroso que me ayudó a recoger los libros que había dejado caer por un descuido al suelo.
Desde ese momento, Jordi y yo comenzamos a conversar y a descubrir que teníamos muchos intereses en común. Él era un artista que trabajaba en una pequeña tienda de artesanía, mientras que yo me dedicaba a la escritura de poemas y novelas.
Con el tiempo, nuestra amistad se convirtió en algo más profundo y comenzamos a enamorarnos. Paseábamos juntos por los puentes y canales de Venecia, disfrutábamos de las óperas en el Teatro La Fenice y nos perdíamos en los callejones de la ciudad, sumergiéndonos en su belleza y romanticismo.
En una noche de verano, mientras contemplábamos el reflejo de la luna en el Gran Canal, Jordi me confesó sus sentimientos y me declaró su amor. Fue un momento mágico, el comienzo de una historia de amor que ha perdurado a lo largo de los años.
Desde entonces, hemos compartido muchos momentos inolvidables en Venecia. Nos hemos besado bajo el Puente de los Suspiros, hemos navegado en góndola por los canales y hemos disfrutado de la gastronomía local en pequeñas trattorias.
A pesar de las dificultades que enfrentamos en aquella época, con la peste y las guerras que asolaban Europa, nuestro amor ha sido más fuerte que cualquier obstáculo. Jordi y yo sabemos que estamos destinados a estar juntos, que nuestra historia de amor es única y especial.
Ahora, mientras contemplo el atardecer desde nuestra ventana en el Palazzo Ducale, siento una profunda gratitud por haber encontrado a mi alma gemela en esta ciudad tan mágica.
La brisa fresca del mar Adriático soplaba sobre mi rostro mientras caminaba junto a Jordi por los canales de Venecia. Era magia pura, nunca antes me había sentido tan feliz y enamorada.
Jordi me tomó de la mano y me condujo hacia un pequeño café cerca del Gran Canal. Nos sentamos en una mesa al aire libre y pedimos dos tazas de café recién hecho. Mientras esperábamos, Jordi me miró con ternura y tomó mi mano.
—Ana, no puedo imaginar mi vida sin ti. Eres mi razón de ser, mi luz en la oscuridad—, dijo Jordi con